domingo, 21 de diciembre de 2008

Cuando Harry conoció a Haller.

Sí, te lo juro. Recién se me ocurrió. Y no puedo...¿cómo te explico? ¿Cómo se le ocurrió meter el puño cuando vió que con la bocha no le llegaba ni al pecho? Es así. Es un segundo de luz. ¿Qué se yo? No posta, qué carajo sé yo si nunca terminé las ocho carreras que arranqué.
Ponele que Harry conoce a Haller por primera vez cuando decide entrar en la puerta que tanto le llamaba la anteción. Esas luces tintineantes que le chistaban con cada parpadeo. Esas líneas pretensiosas que se escribieron millones de veces. No las de Hess, las de recien. Las mías. Hess es un animal. Es como que te agarre y te diga:
_"Hola pibe, te presento a vos. Vos, este sos vos"
Pero te mete en un quilombo como existencial en el que se termina dirimiendo tu verdadero valor ontológico. Ese "qué carajo sé yo de todo" (de todo) y los huevos se te metamorfosean en una almendra dura y acoplada para que, más luego, las ganas de responder cocorito se te subieran por el culo como si te hubiesen tirado la cadena del inodoro desde adentro. Eso debe haber sentido Harry cuando conoció a Haller. Es como cuando te ves en el espejo después de haberte animado a chuparle la boca a esa bestia a la que ni le hablabas por miedo a que te agarre el síndrome del algodón con maicena de maicena en la lengua y todas esas ideas re galaneras que tenías resultaban ser una gran, consistente e insistente M.

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